miércoles, 20 de julio de 2011

barachollo

  

Mi blog y yo

Así como sucede con el rojo, con el sombrero negro más que generar pensamiento negativo lo vamos a limitar, pues se le dará su momento y no dejaremos, como en el caso de las emociones, que se desborde la negatividad sin ser conscientes de ello. Si tenemos una actitud hacia el sombrero negro, debemos basar toda nuestra experiencia pasada en la explicación objetiva de esta negatividad, por eso es negativo objetivo. Con el sombrero negro podemos decir “ No creo que la rebaja de precios vaya a funcionar porque por nuestras experiencias anteriores.........”. Es decir negativo objetivo, en donde se le da una real dimensión a la parte de crítica. Como dijimos ,es fácil ser negativo porque a una idea es fácil encontrarle lo que no funciona (esto puede ser una pequeña parte), ¿será tan fácil ser positivo? La fórmula implícita en toda religión y moral reza “¡Haz esto y aquello, no hagas esto ni aquello; así alcanzarás la felicidad! De lo contrario...” Toda moral, toda religión, es este imperativo, al que yo llamo gran pecado original de la razón, inmortal sinrazón. En boca mía, esa fórmula se convierte en su inversión, primer ejemplo de mi “transmutación de todos los valores”: el hombre armonioso, el “afortunado”, no puede meteos que cometer determinados actos e instintivamente rehúye otros; introduce el orden que fisiológicamente encarna en sus relaciones con los hombres y las cosas. He aquí la fórmula correspondiente: su virtud es el efecto de su felicidad... La vida larga y la prole numerosa no son el premio de la virtud, sino que la virtud es ese retardo del metabolismo que, entre otras cosas, determina también una vida larga y una prole numerosa, en una palabra, el cornarismo. La Iglesia y la moral dicen: “el vicio y el lujo arruinan a los linajes y a los pueblos”. Mi razón restaurada dice: “cuando un pueblo se arruina, cae en la degeneración fisiológica y se originan el vicio y el lujo (esto es, la necesidad de estímulos cada vez más fuertes y más frecuentes, como la conoce todo ser agotado). El joven se debilita prematuramente. Sus amigos afirman que la culpa la tiene tal enfermedad. Yo afirmo que el hecho de que ese joven haya enfermado, no haya resistido a la enfermedad, es la consecuencia de una vida empobrecida, de un agotamiento congénito. El lector de diarios dice que tal partido labra su propia ruina por tal error. Mi política superior, en cambio, dice que un partido que comete tal error está arruinado; que ha perdido la seguridad de sus instintos. Todo error, en todo sentido, es la consecuencia de degeneración de los instintos, de disgregación de la voluntad; lo malo queda así indefinido. Todo lo bueno es instinto y, por ende, fácil, necesario, libre. El esfuerzo es una objeción, el dios es típicamente distinto del héroe (dicho en mi propio lenguaje: los pies alados son el atributo primordial de la divinidad). Explicación sicológica de lo antedicho.-Reducir algo desconocido a algo conocido alivia, reconforta, satisface y proporciona una sensación de poder. Lo desconocido involucra peligro, inquietud y zozobra; aplícase el instinto primordialmente a eliminar estos estados penosos. Primer principio: cualquier explicación es preferible a ninguna explicación. Como en definitiva se trata tan sólo de un afán de librarse de representaciones penosas, se echa mano de cualquier medio que se ofrece con tal de quitárselas de encima, sin discriminar mayormente; cualquier representación mental en virtud de la cual lo desconocido se dé por conocido resulta tan reconfortante que se la “cree cierta”. Es la prueba del placer (“de la fuerza”) como criterio de la verdad. El impulso causal está, pues, determinado y excitado por el temor. El “¿por qué?” debe dar en lo posible no la causa por la causa misma, sino determinado tipo de causa: una causa que tranquilice, redima, alivie. El que algo ya conocido, experimentado, grabado en la memoria, sea establecido como causa es la primera consecuencia de esta necesidad íntimamente sentida. Lo nuevo, no experimentado, extraño, queda excluido como causa. De modo que se busca como causa no un tipo de explicaciones, sino un tipo escogido y preferido de explicaciones, aquel que con más rapidez y frecuencia haya eliminado la sensación de lo extraño, nuevo, jamás experimentado las explicaciones más corrientes. Como consecuencia de esto, un determinado tipo de motivación causal prevalece cada vez más, se reduce a sistema y llega al fin a dominar, con exclusión de otras causas y explicaciones. El banquero piensa en seguida en el “negocio”, el cristiano en el “pecado” y la muchacha en su amor. El hecho de que todo el mundo reconozca semejante progreso basta, en realidad, para ponerlo en tela de juicio... Los hombres modernos, muy delicados, muy vulnerables, perdidas mil contemplaciones, creemos, en efecto, que esta tierna humanidad que representamos, este acuerdo logrado en la consideración, la solicitud y la mutua confianza es un progreso positivo; que con esto somos muy superiores a los hombres del Renacimiento. Así piensa, porque no puede menos de pensar, toda época. Lo cierto es que debía estarnos vedado situarnos, siquiera mentalmente, en estados de cosas renacentistas; nuestros nervios, y no digamos nuestros músculos, no soportarían semejante realidad. Mas esta incapacidad no prueba un progreso, sino tan sólo un natural diferente, más tardío; uno más débil, más tierno, más vulnerable, del que necesariamente deriva una moral pródiga en contemplaciones. Si descontamos mentalmente nuestra condición delicada y tardía, nuestro envejecimiento fisiológico, nuestra moral de la “humanización” pierde al instante su valor, ninguna moral tiene valor por sí; hasta se nos aparecerá despreciable. No dudamos, por otra parte, de que los modernos, con nuestra humanidad acolchada, ansiosa de no golpearse contra ninguna piedra, seríamos para los contemporáneos de Cesare Borgia un espectáculo en extremo ridículo. En efecto, sin quererlo, somos pintorescamente graciosos con nuestras “virtudes” modernas... La merma de los instintos hostiles y susceptibles de despertar recelo, y tal es, en definitiva, nuestro “progreso”, no es sino una de las consecuencias de la merma general de la vitalidad; salvaguardar una existencia tan condicionada, tan tardía, requiere cien veces más esfuerzo y cautela que antes. Entonces, los hombres se ayudan unos a otros; entonces, cada cual es hasta cierto punto enfermo y cada cual es enfermero. Entonces, a esto se llama “virtud”, entre hombres que conocían una vida distinta, más plena, más pletórica y portentosa, se le habría llamado de otro modo: “cobardía” acaso, “vileza”, “moral de viejas”... Nuestra suavización de las costumbres, tal es mi tesis, y si se quiere, mi innovación, es una consecuencia de la decadencia; la dureza y violencia de las costumbres, en cambio, bien puede ser la consecuencia de un excedente de vitalidad: pues en tal caso mucho puede ser arriesgado, mucho desafiado, mucho también derrochado. Lo que en un tiempo fue condimento de la vida, para nosotros sería veneno... Somos también demasiado viejos, demasiado tardíos, como para ser indiferentes, lo cual es asimismo una forma de la fuerza. Nuestra moral de la simpatía, contra la cual siempre he prevenido, aquello que pudiera llamarse l'impressionisme morale, es una expresión más de la irritabilidad fisiológica propia de todo lo decadente. Ese movimiento que con la moral schopenhaueriana de la compasión ha hecho una tentativa de presentarse envuelto en ropaje científico, ¡tentativa muy desafortunada, por cierto!, es el movimiento de la decadencia propiamente dicho en la moral, y como tal íntimamente afín a la moral cristiana. Las épocas fuertes, las culturas aristocráticas, desprecian la compasión, el “amor al prójimo”, la falta de propio ser y de conciencia del propio ser. A las épocas hay que juzgarlas por sus fuerzas positivas, y entonces aquella época derrochadora y pródiga en fatalidad del Renacimiento aparece como la última época grande, y la de nosotros, los modernos, con nuestro enervado cuidado de nuestra propia persona y amor al prójimo, con nuestras virtudes de la laboriosidad, la sencillez, la ecuanimidad y el rigor científico, recopiladores, económicos, maquinales, como una época débil... Nuestras virtudes están condicionadas, provocadas por nuestra debilidad... La “igualdad”, cierta igualación efectiva que en la teoría de la “igualdad de derechos” no hace más que formularse, es un rasgo esencial de la decadencia; en cambio, la diferencia entre los individuos y las clases, la multiplicidad de los tipos, la voluntad de individualidad y diferenciación, aquello que yo llamo el pathos de la distancia jerárquica, es propio de todas las épocas fuertes. La tensión y envergadura entre los extremos disminuyen ahora sin cesar; los extremos mismos terminan por desdibujarse hasta el punto de confundirse... Todas nuestras teorías políticas y Constituciones, el “Reich alemán” inclusive, son conclusiones, consecuencias lógicas de la decadencia; la gravitación inconveniente de la décadence ha llegado a prevalecer hasta en los ideales de las distintas ciencias. Mi objeción contra toda la sociología inglesa y francesa es que conoce por experiencia únicamente las formas de una sociedad decadente y con todo candor toma los propios instintos de la decadencia como norma del juicio de valor sociológico. La vida descendente, la merma de toda fuerza organizadora, esto es, separadora, diferenciadora, jerarquizante, se formula en la sociología de ahora como ideal... Nuestros socialistas son un montón de décadents; pero también el señor Herbert Spencer es un décadent: ¡juzga deseable, por ejemplo, el triunfo del altruismo Allí donde, de alguna forma, la voluntad de poder decae, hay también siempre un retroceso fisiológico, una décadense. La divinidad de la décadense, castrada de sus virtudes e instintos más viriles, se convierte necesariamente, a partir de ese momento, en Dios de los fisiológicamente retrasados, de los débiles. Ellos no se llaman a sí mismos los débiles, ellos se llaman “los buenos”... Se entiende, sin que sea necesario siquiera señalarlo, en que instantes de la historia resulta posible la ficción dualista de un Dios bueno y de un Dios malvado. Con el mismo instinto con que los sometidos rebajan a su Dios haciendo de él el “bien en sí”, borran completamente del Dios de sus vencedores las buenas cualidades; toman venganza de sus señores transformando en diablo al Dios de éstos. - El Dios bueno, lo mismo que el diablo: ambos engendros de la décadense. - ¿Cómo se puede hoy seguir haciendo tantas concesiones a la simpleza de los teólogos cristianos, hasta el punto de decretar con ellos que es un progreso el desarrollo ulterior del concepto de Dios, desarrollo que lo lleva desde “Dios de Israel”, desde Dios de un pueblo, al Dios cristiano, a la síntesis de todo bien? - Pero hasta Renan hace eso. ¡Como si Renan tuviera derecho a la simpleza! A los ojos salta, sin embargo lo contrario. Cuando del concepto de Dios quedan eliminados los presupuestos de la vida ascendente, todo lo fuerte, valiente, señorial, orgulloso, cuando Dios va rebajándose paso a paso a ser símbolo de un bastón para cansados, de un ancla de salvación para todos los que se están ahogando, cuando se convierte en Dios-de-las-pobres-gentes, en Dios-de-los-pecadores, en Dios-de-los-enfermos par excellence, y el predicado”salvador”, “redentor”, es lo que resta, por así decirlo, como predicado divino en cuanto tal: ¿de qué habla tal transformación?, ¿tal reducción de lo divino? - Ciertamente con esto “el reino de Dios” se ha vuelto más grande. En otro tiempo Dios tenía únicamente su pueblo, su pueblo “elegido”. Entre tanto, al igual que su pueblo mismo, él marchó al extranjero, se dio a peregrinar, desde entonces no ha permanecido ya quieto en ningún lugar: hasta que acabó teniendo su casa en todas partes, el gran cosmopolita, - hasta que logró tener de su parte “el gran número” y media tierra. Pero el Dios del “gran número” el demócrata entre los dioses, no se convirtió, a pesar de todo, en un orgulloso Dios de los paganos: ¡siguió siendo judío, siguió siendo el Dios de los rincones, el Dios de todas las esquinas y lugares oscuros, de todos los barrios insalubres del mundo entero!... Su reino del mundo es, tanto antes como después, un reino del submundo, un hospital, un reino-subterráneo, un reino-ghetto... Y el mismo tan pálido, tan débil, tan décadent... De él se enseñorearon hasta los más pálidos de los pálidos, los señores metafísicos, los albinos del concepto. Estos estuvieron tejiendo alrededor de él su telaraña todo el tiempo preciso, hasta que hipnotizado por sus movimientos, él mismo se convirtió en una araña, en un metaphysicus. A partir de ese momento él tejió a su vez la telaraña del mundo sacándola de sí mismo - sub specie Spinozae -, a partir de ese momento se transfiguró en algo cada vez más tenue y más pálido, se convirtió en un “ideal”, se convirtió en un “espíritu puro”, se convirtió en un absolutum, se convirtió en “cosa en sí”... Ruina de un Dios: Dios se convirtió en “cosa en sí”...

Estar mal de la azotea.

Y hemos visto también (cap. VI [pp. 115 s.] cómo, con referen­cia a la compra de las mercancías, el tiempo de compra, el mayor o menor alejamiento de las fuentes principales de materias primas, obliga a comprar materias primas para períodos un poco largos y a tenerlas disponibles bajo la forma de reservas productivas, de ca­pital productivo latente o potencial: lo cual equivale, siendo la misma la escala de la producción, a acrecentar la masa del capital que ha de ser desembolsado de una vez y a alargar el tiempo para el cual se desembolsa. Chicas de alterne en Barcelona Tales son los hechos. Veamos ahora qué hay de cierto en lo tocante a las ideas que Marx, según se dice, ha "saqueado" a Rodbertus. "En mi tercera carta social –dice Rodbertus–, he puesto de manifiesto sustancialmente lo mismo que Marx, sólo que de un modo más breve y más claro, de dónde nace la plusvalía del capitalista." El punto cardinal es, por tanto, la teoría de la plusvalía; y, en realidad, nadie seria capaz de decir qué otra cosa podría Rodbertus reivindicar de Marx como propiedad suya. Rodbertus se hace aparecer, pues, aquí como el verdadero autor de la teoría de la plusvalía, pretendiendo que Marx se la ha saqueado. Chicas de alterne en BCN Según la menor o mayor duración del período de rotación, será necesario contar con una masa mayor o menor de capital–dinero para poner en movimiento el capital productivo. Hemos visto también que la división del período de rotación en período de trabajo y período de circulación determina un aumento del capital latente o en suspenso en forma de dinero. Chicas de alterne Pero la teoría ricardiana del valor y de la plusvalía no necesité esperar a que apareciese la obra Zur Erkenntniss, etc., de Rodbertus para ser utilizada en un sentido socialista. En la p. 495 del primer tomo de El Capital encontramos citado el estudio "The possessors of surplus produce or capital", tomado de una obra titulada The Source and Remedy of the National Difficulties. A letter to Lord John Rusell, Londres, 1821. En esta obra, hacia cuya importancia hubiera debido llamar la atención, por si sola, la expresión de "surplus produce or capital" y que es un folleto de 40 páginas, arrancado por Marx al olvido, se dice: Barcelona Acompañantes Otro tanto acontece con la combinación social de la fuerza de trabajo en el proceso de producción y con la pericia acumulada de los obreros individuales. Carey llega en sus cálculos a la conclusión de que el terrateniente no recibe nunca bastante, porque no se le paga todo el capital y todo el trabajo invertido en la tierra desde tiempo inmemorial para infundirle su actual capacidad de producción. (De la capacidad de producción que se le arrebata no se habla, naturalmente.) Según esto, habría que pagar a cada obrero teniendo en cuenta el trabajo empleado por el género humano en su totalidad para hacer de un salvaje un mecánico moderno. Más lógico sería decir lo contrario, a saber: que, si se calculase todo el trabajo no retribuido, pero convertido en dinero por terratenientes y capitalistas, metido en la tierra, habría razones para pensar que el capital invertido en ella ha sido saldado ya con creces y con intereses usurarios y que, por tanto, la propiedad de la tierra se halla ya redimida desde hace mucho tiempo, espléndidamente, por la sociedad. Clubs de alterne en Madrid La permanencia del capital–mercancías, bajo la forma de almacenamiento, en el mercado, supone edificios, almacenes, depósitos de mercancías y, por tanto, una inversión de capital constante; supone, además, pago de salarios para almacenar las mercancías en sus depósitos. Finalmente, las mercancías se deterioran y están expuestas a la acción de elementos nocivos para ellas. Para protegerlas contra estas influencias, hay que desembolsar capital adicional, tanto en instrumentos de trabajo en forma materializada como en fuerza de trabajo. 5 Escorts en valencia La función del medio de trabajo en el proceso de producción requiere por término medio que sirva constantemente, una y otra vez, durante un período más o menos largo, en repetidos procesos de trabajo. Esta función exige, pues, que su materia tenga un grado mayor o menor de duración. Sin embargo, no es el grado de duración de la materia de que está formado la que lo convierte de por si en capital fijo. La misma materia puede ser capital circulante si interviene como materia prima, y en los economistas que confunden la distinción entre el capital–mercancías y el capital productivo con la distinción entre el capital circulante y el capital fijo vemos cómo la misma materia, la misma máquina, es capital circulante en cuanto producto y capital fijo en cuanto medio de trabajo. contactos con chicas Finalmente, la mayor parte de los individuos de la sociedad se ven convertidos en obreros asalariados, en gentes que viven sin reservas, que perciben su salario semanalmente y se lo gastan al día, que, por tanto, necesitan encontrar sus medios de vida disponibles en el mercado. Y, por mucho que los distintos elementos integrantes de este fondo de existencias se movilicen, una parte de ellos tiene por fuerza que hallarse constantemente paralizada para que el fondo de existencias pueda moverse continuamente. Girls Barcelona En la medida en que M – D es para el comprador D – M y D – M es M – D para el vendedor, la circulación del capital sólo representa la metamorfosis corriente de la mercancía, pudiendo aplicársele las leyes sobre la masa de dinero circulante expuestas, a propósito de aquélla (libro I, cap. III , 2 [pp. 69 – 93]). Pero, si no nos atenemos a este lado formal del problema y enfocamos la conexión real existente entre las metamorfosis de los distintos capitales individuales, concibiendo en realidad la conexión entre los ciclos de los capitales individuales como la conexión entre los distintos movimientos parciales del proceso de reproducción del capital global de la sociedad, vemos que éste no puede explicarse por el simple cambio de forma entre dinero y mercancía. Prostitutas de lujo en Zaragoza En la agricultura se dan ambas cosas unidas. la mayor duración del período de trabajo y la gran diferencia entre el tiempo de tra­bajo y el tiempo de producción. Hodgskin observa acertadamente a este propósito: “La diferencia en cuanto al tiempo [aunque él no distingue aquí entre tiempo de trabajo y tiempo de producción] necesario para obtener los productos de la agricultura y el que se necesita en otras ramas de trabajo, constituye la causa principal de la gran inferioridad de los agricultores. Estos no pueden llevar sus mercancías al mercado antes de un año. Durante todo este tiempo, necesitan del crédito del zapatero, del sastre, del herrero, del constructor de carros y de los demás productores cuyos productos nece­sitan y que los terminan en unos cuantos días o en unas cuantas semanas. Debido a esta circunstancia natural y al incremento más rápido de la riqueza en las otras ramas de trabajo, los terratenientes, a pesar de monopolizar la tierra de todo el reino y de haberse apropiado además el monopolio de la legislación, son incapaces de salvarse y salvar a sus servidores, los arrendatarios, del destino de ser las gentes menos independientes del país.” (Thomas Hodgskin. Popular Political Economy, Londres, 1827, p. 147, nota.) putas barcelona El dogma según el cual el precio de todas las mercancías (y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad) se descompone en el salario, más la ganancia, más la renta del suelo adopta, incluso en la parte esotérica que cruza de un extremo a otro la obra de A. Smith, la forma de que el valor, de toda mercancía y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad, = v + p, = valor capital invertido en fuerza de trabajo y constantemente reproducido por el obrero más la plusvalía que los obreros le añaden con su trabajo. señorita de compañia en barcelona Debemos investigar ahora hasta qué punto estos gastos responden al carácter peculiar de la producción de mercancías en general y a la producción de mercancías en su forma general y absoluta, es decir, a la producción capitalista de mercancías, y hasta qué punto son comunes a toda producción social, aunque dentro de la producción capitalista asuman una forma específica, se manifiesten con una modalidad especial. Barcelona relax

Ponerse pesado.

Creemos que es éste el lugar indicado para rebatir una acusación que se ha formulado contra Marx; acusación que al principio sólo se apuntaba en voz baja y por contadas personas, y que hoy, después de muerto Marx, los socialistas de cátedra y de Estado y sus seguidores hacen circular por ahí como un hecho establecido: la acusación de que Marx se limitó a plagiar a Rodbertus. Acerca de esto ya he tenido ocasión de decir en otro lugar1 lo que más urgía decir, pero es ahora cuando podré aportar las pruebas documentales decisivas. begleitservice Barcelona A esto se nos dice que una mayor inversión de capital–dinero variable (se parte, naturalmente, del supuesto de que el valor del dinero no ha variado) significa una masa mayor de medios pecuniarios en manos de los obreros. Esto trae como consecuencia una mayor demanda de mercancías por parte de ellos. Como consecuencia del mismo fenómeno aumenta también el precio de las mercancías. Se dice, asimismo: al subir los salarios, los capitalistas aumentan los precios de sus mercancías. El alza general de los salarios determina en ambos casos una subida de los precios de las mercancías. Por tanto, será necesaria una masa mayor de dinero para hacer circular las mercancías, cualquiera que sea la explicación que se dé de la subida de los precios. girlsbcn en catalan Los elementos–mercancias T y Mp que forman el capital pro­ductivo P no presentan, como modalidades de existencia de éste, la misma forma con que aparecen en los distintos mercados de mer­cancías en que hay que adquirirlos. Aquí, aparecen reunidos y esta unión les permite actuar como capital productivo. Relax Barcelona Todos los representantes un poco responsables de la economía política reconocen que en los oficios manuales y en las manufacturas tradicionales con que empieza a competir la implantación de la maquinaria, ésta obra como una peste sobre los obreros. Casi todos deploran la esclavitud del obrero fabril. ¿Y cuál es el gran triunfo que guardan en la mano todos ellos, para esgrimirlo como jugada decisiva? ¡Que la maquinaria, pasados los horrores del período de su implantación y desarrollo, hace aumentar en última instancia los esclavos del trabajo, lejos de contribuir en definitiva a disminuir su número! Sí, la economía política se recrea en el abominable teorema –abominable para todo "filántropo que crea en el régimen capitalista de producción como una necesidad natural y eterna– de que incluso las fábricas ya maquinizadas, tras una cierta fase de desarrollo, después de un "período de transición" más o menos largo, acaban estrujando a más obreros de los que en sus comienzos arrojan a la calle.142 videos de chicas Que el método aplicado en El Capital no ha sido comprendido, lo demuestran las interpretaciones contradictorias que de él se han dado. girlsbcn Por el momento, prescindimos de la parte de plusvalía gastada por el capitalista. Tampoco nos interesa saber, por ahora, si el capitalista incorpora los capitales adicionales al capital primitivo o sí los aparta para explotarlos independientemente, ni si los explota el mismo capitalista que los ha acumulado o los entrega a otro para su explotación. Lo único que no debemos perder de vista es que el capital primitivo continúa reproduciéndose y produciendo plusvalía al lado de los capitales de nueva formación, y lo mismo ocurre con todo capital acumulado en relación con el capital adicional engendrado por él. masajes cuerpo a cuerpo Lo que ante todo interesa prácticamente a los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán unos productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerza de la costumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia naturaleza inherente a los productos del trabajo; como si, por ejemplo, 1 tonelada de hierro encerrase el mismo valor que 2 onzas de oro, del mismo modo que 1 libra de oro y 1 libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus distintas propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo sólo se consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello intervengan la vo­luntad, el conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace falta que la producción de mercancías se desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son de la división social del trabajo, pueden reducirse constante­mente a su grado de proporción social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo social­mente necesario para su producción, al modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima.31 La deter­minación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto destruye la apariencia de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los productos del trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material.


La deuda pública se convierte en una de las más poderosas palancas de la acumulación originaria. Es como una varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del estado no entregan nada, pues la suma prestada se convierte en títulos de la deuda pública, fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero, aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los financieros que actúan de mediadores entre el gobierno y el país –así como de la riqueza regalada a los rematantes de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del estado, como un capital llovido del cielo–, la deuda pública ha venido a dar impulso tanto a las sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género como al agio; en una palabra, a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia. masajes alicante 152 La ley sobre las tintorerías y lavanderías, promulgada en 1860, determina que a partir del 1 de agosto de 1861 la jornada de trabajo se limite provisionalmente a 12 horas y que el 1 de agosto de 1862 se fije definitivamente en 10, es decir, en lo horas y media los días de labor y en 7 horas y media los sábados. Al estallar el año malo de 1862, se repitió la vieja farsa. Los señores fabricantes se dirigieron al parlamento solicitando que éste ampliase por un solo año la jornada de doce horas para los obreros jóvenes y las mujeres..."Dado el estado actual de los negocios [era en la época de la penuria de algodón] sería una gran ventaja para los obreros el que se les permitiese trabajar doce horas diarias, arrancando el mayor salario posible... Ya se había conseguido que la Cámara de los Comunes tomase en consideración una propuesta en este sentido. Pero la propuesta fracasó ante la campaña de agitación de los obreros en las lavanderías de Escocia. (Reports etc. for 31 st Oct. 1862 pp. 14 y 15 . ) Derrotado por los propios obreros en cuyo nombre decía hablar, el capital, con la ayuda de unos cuantos graves juristas, descubrió que la ley de 1860. redactada como todas las leyes parlamentarias de "protección del trabajo" en un verdadero galimatías terminológico, había un pretexto para excluir de su aplicación a los "calenderers" y los finishers. La judicatura inglesa, fiel escudero siempre del capital, sancionó esta jugada de rábulas mediante un fallo del tribunal de "Common Pleas". "Este fallo ha suscitado gran descontento entre los obreros, y es deplorable que la clara intención del legislador se haga fracasar tomando como pretexto una definición textual defectuosa" (1. cit., p. 18). Acompañantes de alto standing Esto demuestra palmariamente que un medio de producción no puede jamás transferir al producto más valor que el que pierde en el proceso de trabajo, al destruirse su propio valor de uso. Si no tuviese valor alguno que perder, es decir, si él mismo no fuese, a su vez, producto del trabajo humano, no transferiría al producto ningún valor. Contribuiría a crear un valor de uso sin intervenir en la creación de un valor de cambio. Tal es lo que acontece, en efecto, con todos los medios de producción que brinda la naturaleza sin que medie la mano del hombre: la tierra, el aire, el agua, el hierro nativo, la madera de una selva virgen, etc. promocion web En Floore, caso de 4, 5 y 6 niños hacinados en un dormitorio de mínimas dimensiones: casos de 3 personas mayores con 5 niños, de un matrimonio, con su padre y 6 niños enfermos de escarlatina, etc.; en 2 casas con 2 dormitorios, 2 familias, compuestas por 8 y 9 personas mayores cada una. flyers El fraile veneciano Ortes, uno de los grandes escritores de economía del siglo XVIII, resume así el antagonismo de la producción capitalista como ley natural absoluta de la riqueza social: “El bien y el mal económico, dentro de una nación, se equilibran siempre (il bene ed il male economico in una nazione sempre all'istessa misura); lo que para unos es abundancia de bienes es para otros, siempre, carencia de los mismos (la copia dei beni in alcuni sempre eguale alla mancanza di essi in altri). Para que algunos posean grandes riquezas, tienen que verse muchos otros desposeídos totalmente hasta de lo más necesario. La riqueza de un país corresponde siempre a su población, y su miseria a su riqueza. La laboriosidad de unos impone la ociosidad de otros. Los pobres y ociosos son un fruto necesario de los ricos y trabajadores”, etc.25 Unos diez años después de Ortes, un reverendo sacerdote protestante inglés, Townsend, glorificaba toscamente la pobreza como condición necesaria de la riqueza. “El deber legal de trabajar lleva consigo muchas fatigas, muchas violencias y mucho estrépito; en cambio, el hambre no sólo ejerce una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino que, además, provoca la tensión más potente, como el móvil más natural que impulsa al hombre a trabajar y a ser industrioso.” El ideal está, por tanto, en hacer permanente el hambre entre la clase obrera, y de ello se encarga, según Townsend, el principio de la población, especialmente activo entre los pobres. “Pareca ser una ley natural que los pobres sean hasta cierto punto poco precavidos (improvident) [poco precavidos, puesto que no vienen al mundo, como los ricos, con una cuchara de oro en la boca], para que así haya siempre gente (that there always may be some) que desempeñe los oficios más serviles, más sucios y más viles de la comunidad. De este modo, se enriquece considerablemente el fondo de la felicidad humana (the fund of human happiness), las personas más delicadas (the more delicate) se ven libres de molestias y pueden entregarse a tareas más elevadas, etc.... La ley de la beneficencia tiende a destruir la armonía y la belleza, la simetría y el orden de este sistema creado por Dios y la naturaleza.”26 El fraile veneciano veía en el decreto del destino eternizando la miseria la razón de ser de la caridad cristiana, del celibato, de los conventos y de las fundaciones piadosas; en cambio, el clérigo protestante encuentra en él el pretexto para maldecir de las leyes que reconocen a los pobres un derecho a reclamar de la sociedad un mísero socorro. “El incremento de la riqueza social –dice Storch– engendra esa clase tan útil de la sociedad... que desempeña los oficios más enojosos, más viles y más repelentes, cargando, en una palabra, con todo lo que hay en la vida de desagradable y servil, lo que permite precisamente a las demás clases gozar de tiempo, de alegria de espíritu y de dignidad convencional (c´est bon!) de carácter, etc.”27 Storch se pregunta cuál es, en realidad, la ventaja de esta civilización capitalista, con su miseria y su degradación de las masas ante la barbarie. Y sólo encuentra una respuesta: ¡la seguridad! “Gracias a los progresos de la industria y de la ciencia –dice Sismondi–, todo obrero puede producir diariamente mucho más de lo que necesita para su consumo. Pero, al mismo tiempo, aunque su trabajo produzca la riqueza, ésta, si hubiera de consumirla él mismo, le haría poco apto para el trabajo.” Según él, “los hombres [es decir, los hombres que no trabajan] renunciarían, probablemente, a todas las perfecciones de las artes y a todas las comodidades que nos proporciona la industria, si tuviesen que adquirirlas con su trabajo permanente, como el que realiza el obrero... Hoy, el esfuerzo está divorciado de la recompensa: no es el mismo el hombre que trabaja y luego descansa; por el contrario, tienen que trabajar unos precisamente para que descansen otros... “Por eso, la inacabable multiplicación de las fuerzas productivas del trabajo no puede conducir a otro resultado que a acrecentar el lujo y los placeres de los ricos ociosos”.28 Finalmente, Destutt de Tracy, este doctrinario burgués de sangre fría, lo proclama brutalmente: “Es en los países pobres donde el pueblo vive a gusto y en los países ricos donde generalmente vive en la pobreza.”29 bares de copas en lleida Atengámonos, por tanto, a los límites del cambio de mercancías, en el que los vendedores son compradores y éstos, a su vez, ven­dedores. Nuestra perplejidad proviene, acaso, de que nos hemos limitado a enfocar las personas como categorías personificadas y no con su personalidad individual. guia ocio tarragona A la levita, como tal levita, le tiene sin cuidado, por lo demás, que la vista el sastre o su cliente. En ambos casos cumple su misión de valor de uso. La relación entre esa prenda y el trabajo que la produce no cambia tampoco, en realidad, porque la actividad del sastre se convierta en profesión especial, en categoría independiente dentro de la división social del trabajo. Allí donde la necesidad de vestido le acuciaba, el hombre se pasó largos siglos cortándose prendas más o menos burdas antes de convertirse de hombre en sastre. Sin embargo, la levita, el lienzo, todos los elementos de la riqueza material no suministrados por la naturaleza, deben siempre su existencia a una actividad productiva específica, útil, por medio de la cual se asimilan a determinadas necesidades humanas determi­nadas materias que la naturaleza brinda al hombre. Como creador de valores de uso, es decir como trabajo útil, el trabajo es, por tanto, condición de vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad, una necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico entre el hombre y la natu­raleza ni, por consiguiente, la vida humana. posicionamiento web 169 La ley de las 10 horas "ha salvado a los obreros –en las industrias a ella sometidas– de su total degeneración y ha garantizado su salud física" (Reports etc. 31 st Oct. 1859, p. 47). "El capital (en las fábricas) no puede jamás mantener en movimiento la maquinaria, a partir de un cierto límite sin quebrantar la salud y la moral de los obreros, y éstos no están en condiciones de defenderse por sí mismos" (L. cit., p. 8),